viernes, 11 de diciembre de 2015

literatura breve... MORI

Morí, creo que a causa de una sepsis pulmonar. Avancé un poco y fui unas paredes más allá a despedirme de mis hijos y de mi ex esposa, sin que lo notaran. Entonces me pregunté ¿y ahora qué? No había túnel ni nadie que viniera a buscarme.  De alguna forma llegué a una especie de prado con un brillo inusitado. Algunas personas me recibieron con alegría. Pregunté si esto era el cielo y rieron con ganas. A su vez me señalaron un ¿ya nos olvidaste? Hablaron del que había sido yo antes de nacer en la tierra, pero yo no lo recordaba. Luego fuimos hasta algo así como una ciudad con una geometría muy particular. Allí quedé solo entre unas ¿paredes? azuladas, hasta que un ser algo grave vino a buscarme. ¿Dónde vamos?, pregunté. El Consejo te espera, dijo. No sabía de qué hablaba, quise indagar, pero no me facilitó las cosas, sólo aseguró que él me acompañaría. Esperaba encontrar algo más formal, por ejemplo un tribunal, donde se me pediría cuentas de lo que hice y lo que dejé de hacer en mi reciente vida terrenal. En cambio, fuimos a un tipo de jardín poblado de hermosas flores. Los seres que allí estaban se acercaron. Nos sentamos en unos bancos blancos que hacían un semicírculo. Mi acompañante estaba detrás de mí. Una mujer que destilaba maternidad tomó la palabra. Me aclaró, de seguro leyendo mi pensamiento, que aquello no era un juicio ni nada parecido. Sólo es una conversación, o un simple ejercicio, remató. Luego me invitó a definir en una palabra la vida que había llevado en la Tierra...  No sabía qué responder. ¿Se trataba de un juego o algo así? ¿Y estas cosas se permiten en el más allá? Miré como pude a mi acompañante y él, aún grave, sólo me miraba. La mujer insistió y todos esperaban que yo dijese algo. Pensé un poco en mis logros como empresario y dije: “Autorrealización”. Todos rieron con fuerza y la mujer dijo que esa no contaba. ¿Por qué?, quise saber. Ella me indicó que eso era algo tácito en este mundo, que era algo así como si le preguntasen a un adolescente terrestre cuál era su meta y él respondiese: “Crecer unos centímetros”. Ahora sí que estaba confundido en esa situación absurda, sin referencias en las cuales apoyarme. Pensé otro momento, y ellos y ellas esperaban con demasiada tranquilidad. ¿Qué quieren que diga?, me preguntaba. Otra palabra vino a mí con alguna fuerza y la pronuncié en voz alta: “Piedad”. Se miraron entre sí y asintieron. Con cierta vergüenza, inicié recordando mis gritos y mi poca paciencia con aquéllos que me acompañaban en aventuras empresariales, a razón de que las ganancias no crecían como yo lo esperaba. ¿De qué piedad hablo? Pero de inmediato sobrevinieron tropeles de recuerdos diferentes, en los que yo –niño- inclinado a la orilla de un barranco intentaba salvar al gato de la familia,  yo –adolescente- acompañaba a una desorientada anciana a la vivienda que buscaba, mientras mis amiguitos se reían de mí, yo –adulto joven- inventaba formas de juegos cooperativos en aquel refugio de sobrevivientes a la terrible tormenta, yo –más adulto- trataba de entender a mi entonces esposa y a mis hijos, para que cada cual llevara la mejor vida posible. De pronto, mis interlocutores se levantaron y empezaron a reírse y a caminar en diversas direcciones, sin que yo terminase de comprender qué ocurría. Hasta mi acompañante reía pleno de ánimos.  La dama materna se me acercó y me dijo que todo era parte de un juego, pero que no pensara que por ello se trataba de algo fatuo, trivial. Me tomaron de los brazos y me sumergieron en una especie de danza colectiva. Entonces me sentí despertar.  

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