No querías llorar, pero
la rabia no se queda en un solo lugar, desordena tus pensamientos y te hace inerme
ante hondos interrogantes. No te mereces esto, ser maestra es tu vocación,
nunca lo dudaste, pero ahora, ¿esto?... Luego de meses de búsqueda, pudiste
entrar en este pequeño colegio privado. La directora te recibió con amabilidad,
también la mayoría de las maestras. Llegaste a pensar que el lugar estaba
envuelto en un cálido aire familiar y te sentiste contenta. Recibir a los niños
al inicio del año escolar te llenó de hermosas posibilidades. Las noches
previas te sorprendieron inventando proyectos para llevar a tus alumnos hacia
rientes creaciones. Y te arrojaste con ganas al proceso de convidarles a un
aprendizaje pleno de sentidos y de emociones inéditas. Y entonces, se presentó
una señora –que luego se identificó como hermana de la directora- con un niño
de mirada extraña. Te sentiste honrada de que te hubiese escogido para la
educación del infante. Más, no bien se alejó la mujer, el niño empezó a romper
las cotidianidades, corriendo frenéticamente entre los otros niños, tropezando
y golpeando los cuerpos que hallaba a su paso. Tú intentaste diversas
estrategias para calmarlo, para integrarlo al colectivo, sin conseguirlo. Como
pudiste, sobreviviste a esa mañana, pensando que te tomó por sorpresa, y no
pudiste pensar el modo justo de tratarlo. Más, a la mañana siguiente, además de
correr y empujar, el niño de mirada extraña se estrenó con saña al clavar un
lápiz a una niña que trató de controlarle. Todo parecía volverse un caos. Llevaste
a la niña con la enfermera, luego te dirigiste a la directora, y en su oficina
encontraste a la madre del niño, y creíste que era un buen momento para hablar
con las dos. Sólo que la madre del niño se volvió a ti desafiante, alzando
desaforadamente la voz. Te gritaba que tú no podías darte cuenta, pero el niño
de extraño mirar era un índigo, un ser muy evolucionado, y tú debías prepararte
para acompañar su proceso, seguramente en el futuro se convertiría en un
importante líder mundial y no debías cortarle las alas. Sin estar segura de
comprender, trataste de sugerir que no querías limitar a nadie, sólo intentar
una estrategia conjunta entre tú y la madre del niño para que éste pudiese
integrarse al grupo y aprender con otros. Entonces intervino la directora y, con
palabras agudas, te increpó a ser una maestra de verdad, señalándote que los
niños índigo eran por naturaleza rebeldes, inconformes con toda autoridad.
Dijiste entonces que tu trabajo no era atender a un niño solo, que tenías a
veinte más bajo tu responsabilidad, y ya había una niña herida, hecho que
indicaba que había que tomar medidas especiales para evitar un desastre. Y fue
allí cuando la directora te advirtió que, si no estabas preparada, era mejor
que renunciaras, pues en esta escuela ella necesitaba maestras de verdad. Y la
madre del niño remató el encuentro calificándote de ignorante, pues debías
comprar libros sobre los llamados niños índigo para que pudieras entender al
niño de mirada extraña y dejarle fluir para que alcanzara su destino. Fue poco
después cuando te encontré, intentando domar tu rabia, mientras me contabas
todo de modo atropellado, exorcizando apenas las lágrimas que exigían hacerse
presente.
Que lindo Julio.
ResponderEliminarGracias, Alessandro. Un abrazo!
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