lunes, 4 de enero de 2016

(Literatura breve) INDIGO

No querías llorar, pero la rabia no se queda en un solo lugar, desordena tus pensamientos y te hace inerme ante hondos interrogantes. No te mereces esto, ser maestra es tu vocación, nunca lo dudaste, pero ahora, ¿esto?... Luego de meses de búsqueda, pudiste entrar en este pequeño colegio privado. La directora te recibió con amabilidad, también la mayoría de las maestras. Llegaste a pensar que el lugar estaba envuelto en un cálido aire familiar y te sentiste contenta. Recibir a los niños al inicio del año escolar te llenó de hermosas posibilidades. Las noches previas te sorprendieron inventando proyectos para llevar a tus alumnos hacia rientes creaciones. Y te arrojaste con ganas al proceso de convidarles a un aprendizaje pleno de sentidos y de emociones inéditas. Y entonces, se presentó una señora –que luego se identificó como hermana de la directora- con un niño de mirada extraña. Te sentiste honrada de que te hubiese escogido para la educación del infante. Más, no bien se alejó la mujer, el niño empezó a romper las cotidianidades, corriendo frenéticamente entre los otros niños, tropezando y golpeando los cuerpos que hallaba a su paso. Tú intentaste diversas estrategias para calmarlo, para integrarlo al colectivo, sin conseguirlo. Como pudiste, sobreviviste a esa mañana, pensando que te tomó por sorpresa, y no pudiste pensar el modo justo de tratarlo. Más, a la mañana siguiente, además de correr y empujar, el niño de mirada extraña se estrenó con saña al clavar un lápiz a una niña que trató de controlarle. Todo parecía volverse un caos. Llevaste a la niña con la enfermera, luego te dirigiste a la directora, y en su oficina encontraste a la madre del niño, y creíste que era un buen momento para hablar con las dos. Sólo que la madre del niño se volvió a ti desafiante, alzando desaforadamente la voz. Te gritaba que tú no podías darte cuenta, pero el niño de extraño mirar era un índigo, un ser muy evolucionado, y tú debías prepararte para acompañar su proceso, seguramente en el futuro se convertiría en un importante líder mundial y no debías cortarle las alas. Sin estar segura de comprender, trataste de sugerir que no querías limitar a nadie, sólo intentar una estrategia conjunta entre tú y la madre del niño para que éste pudiese integrarse al grupo y aprender con otros. Entonces intervino la directora y, con palabras agudas, te increpó a ser una maestra de verdad, señalándote que los niños índigo eran por naturaleza rebeldes, inconformes con toda autoridad. Dijiste entonces que tu trabajo no era atender a un niño solo, que tenías a veinte más bajo tu responsabilidad, y ya había una niña herida, hecho que indicaba que había que tomar medidas especiales para evitar un desastre. Y fue allí cuando la directora te advirtió que, si no estabas preparada, era mejor que renunciaras, pues en esta escuela ella necesitaba maestras de verdad. Y la madre del niño remató el encuentro calificándote de ignorante, pues debías comprar libros sobre los llamados niños índigo para que pudieras entender al niño de mirada extraña y dejarle fluir para que alcanzara su destino. Fue poco después cuando te encontré, intentando domar tu rabia, mientras me contabas todo de modo atropellado, exorcizando apenas las lágrimas que exigían hacerse presente.    

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