SIMON RODRIGUEZ EN
NUESTRO PRESENTE Y NUESTRO FUTURO
¿Tiene
algo que decirnos Simón Rodríguez a nosotros, hoy, mientras transitamos este cambio
de época, mientras asumimos nuevos esquemas y formas de organización social, política
y económica? ¿Qué representa su palabra y su ejemplo de vida para nosotros en
este momento de reconstrucción histórica? ¿Puede inspirarnos y orientarnos Simón
Rodríguez, luego de 241 años de su natalicio, en el camino hacia nuevos
amaneceres sociales?
Mi
respuesta es contundente. SI. Sí tiene mucho que decirnos Simón
Rodríguez, sí puede inspirarnos, sí puede convertirse en una referencia viva
para comprender el mundo que muere y el universo que nace desde nuestros actos.
Su ejemplo, su palabra, su obra pueden orientar nuestras miradas y nuestros
pasos si lo desarraigamos de falsos pedestales y lo colocamos frente a nuestras
realidades cotidianas, si lo estudiamos y lo leemos en sus propias palabras y
su propio espíritu, de cara a ese porvenir que espera por nosotros.
La
propia historia de vida de Simón Rodríguez es en sí misma una fuente de
aprendizaje vivo. Es cierto que diversos autores lo miran de modo diferente, y
es nuestro trabajo descubrirlo por nosotros mismos, en su contexto histórico,
en sus palabras, y sobre todo en su proyecto, desde las realidades que
transitamos diariamente. Simón Rodríguez es la encarnación vital de un proyecto
social en el que militó sin ambages, para el cual se preparó durante muchos
años, muchos pueblos, muchos oficios, muchas lecturas, muchas cavilaciones,
muchas ideas, como un auto desarraigado (si cabe el término) en un ejercicio
magistral de autodidaxia, y que arropó asumiendo todos los riesgos, en un salto
al vacío, pleno de fidelidad al mismo, en el conocimiento de que la
independencia era aún (y sigue siendo) un proyecto inconcluso.
Mirar
a Rodríguez vivo implica ir más allá del personaje caricaturesco en que lo ha
convertido cierta tradición tendenciosa que lo ha pintado como el “loco”
desadaptado, o el maestro subordinado al Emilio
de Rousseau. Reencontrar a Samuel Robinson es rebasar la idea de que su
pensamiento social, político y educativo es sólo un eco de la filosofía europea
de entonces. Rodríguez, si bien bebió y procesó la literatura en boga, la
rebasa pues su sed es absoluta, así como inagotables son sus capacidades creadores
de sueños y utopías, con sus respectivos métodos y formas.
Resucitando
las ideas sepultadas en las letras rodrigueanas, podemos mirar nuestro presente y futuro como cuerpo
social, observar nuestra sociedad como una herencia colonial a la que hay que
repensar y transformar radicalmente. Rodríguez
nos enseña el horizonte de la construcción colectiva de una república original,
independiente, desde las acciones conscientes y responsables de sus propios
habitantes. Porque, para Simón Rodríguez, somos los habitantes (todos sin
excepción), especialmente los que viven en condiciones de pobreza y exclusión, los
llamados a protagonizar este proyecto republicano. La nueva sociedad se va configurando desde
procesos de inclusión creciente de todos los ciudadanos a través de la
educación pertinente y el trabajo liberador como eje de organización social, hechos
que fomentan la generación de hábitos
(modos de vida, diríamos hoy), plenos de ética y de sociabilidad, y propician
la conformación de espacios organizacionales en lo económico (que incluye los
medios concretos de satisfacción de las necesidades sociales).
Pero
Simón Rodríguez ha visualizado para nosotros algunas pautas para avanzar como
sociedad libre, independiente, desde el supuesto de que América es la tierra de
la utopía, del ensayo sociopolítico, de la praxis, como diríamos hoy. Así, se permitió soñar (un sueño activo),
desde su época, la creación a lo largo y ancho del territorio nacional de
escuelas talleres que propiciaran el trabajo como centro de la educación
popular, como eje organizador de la vida social, como sistema reticular
creciente que desde los campos fuese conformando sociedades económicas,
baluartes del desarrollo local (endógeno, en nuestro lenguaje actual) y
regional, que cimentaran progresivamente, desde lo cotidiano, las nacientes
repúblicas.
En
tanto educador y filósofo de la educación, Simón Rodríguez nos aportó las bases
de lo que luego sería el estado docente; la educación gratuita/ obligatoria/ integral:
corporal, mental, práctica y científica; también nos anticipó lo que hoy
llamaríamos la profesionalización del docente; la posibilidad de ensayar proyectos educativos
de modo práxico (que la UNESCO proclamaría en los años 70 del siglo XX), el vínculo
indisoluble entre la educación y el desarrollo pleno e integral del país, local
y global. Y también nos mostró la superación mediante la práctica educativa de
categorías aparentemente antagónicas, tales como: educación/ trabajo; lo
personal/ colectivo; la acción/ reflexión.
Por
otra parte, Rodríguez, aún hoy, es una fuente importante de filosofía, pero no de
una filosofía académica, inalcanzable, sino de una filosofía práxica, para el
quehacer político, social y educativo concreto. Hemos dicho que aunque sus pensamientos muestran rasgos de la
filosofía europea de su época, el racionalismo de Voltaire, el naturalismo de Rousseau, el empirismo/
escepticismo de Hume, la práctica
organizativa de Fourier y de Saint Simon, el liberalismo de Locke, y aunque fue
prácticamente contemporáneo con Hegel, el filósofo del idealismo, la filosofía
de Rodríguez es profundamente materialista, anticipando a los reconocidos
Carlos Marx y Federico Engels, siendo la propuesta rodrigueana profundamente
original, cargada de futuro, y es un sol que aún brilla y seguirá brillando.
Otro
elemento relevante es la invitación de Rodríguez de buscar una escritura
semejante al modo en que hablamos y nos comunicamos diariamente, al decir de Friedrich Nietzsche, un
escribir para leer con el oído. Y en esa búsqueda erigió una forma de pintar
las ideas (logografía), organizando las frases y oraciones de una forma que
representaran una imagen, más fáciles de comprender y más fáciles de memorizar.
Una revalorización del lenguaje hablado en contraposición al poder escrito, en
esto que Ángel Rama ha llamado la ciudad escrituraria.
Finalmente,
encontramos que Simón Rodríguez es un pensamiento vivo, que ha fecundado el de
personas insignes, como José Martí, Leopoldo Zea, Prieto Figueroa, Félix Adam, cuyos
aportes a la América Latina y al mundo son también invalorables. Por otra
parte, ese pensamiento vivo rodrigueano propicia el encuentro con lo que hemos
llamado la praxis alternativa latinoamericana: la educación popular, la
educación dialógica y crítica de Paulo Freire.
Y
para finalizar, reitero la invitación de abrir todos los cauces posibles para seguir descubriendo a Simón Rodríguez, que su
ejemplo y su pensamiento nos acompañen vivencialmente en esta tarea de
profundizar la crítica a la sociedad existente, marcada por el individualismo,
la fragmentación y el afán de lucro; de prefigurar colectivamente nuevos
estadios sociales más solidarios, cooperativos, de mayor equidad, y de construir de modo compartido las vías, los métodos, los recursos más
propicios para abrazar plenamente ese horizonte. ..
(PALABRAS EN LA SESION SOLEMNE DEL
CONCEJO MUNICIPAL DEL MUNICIPIO BOLIVARIANO LIBERTADOR, CARACAS, EL 28 DE
OCTUBRE DE 2012, a 241 años del natalicio de SIMON RODRIGUEZ)
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