De lo que aquí se trata
La
Andragogía, educación entre adultos, es una propuesta al quehacer educativo
contemporáneo, especialmente en América Latina.
Propone alternativas de enfoque y método tanto al mundo educativo universitario
como a los procesos formativos de los llamados movimientos sociales.
La
propuesta andragógica puede refrescar la universidad actual, sacudir un poco su
estratificación piramidal; su sistema de promoción individualista, competitiva;
su forma fragmentaria de conocer; su esquema evaluativo que da excesiva
discrecionalidad al cuerpo docente. Apuntamos a una visión crítica de esa institución
que logra mayor éxito en la medida que los estudiantes se desarraigan de sus
contextos vitales y respiran una lógica de instrucciones y de obediencia
irrestricta a la autoridad, y que muchas veces tiende a asumir esquemas de empresa
privada, desde la búsqueda del máximo beneficio y el amor al lucro.
Pero
la Andragogía también puede aportar elementos relevantes a procesos formativos
en escenarios sociales emergentes, vinculados con la organización y
movilización popular. Hablamos de una educación que se genera en problemáticas
concretas, y abundan en recursos formativos que usualmente no son registrados y
mucho menos sistematizados. Por otra parte, los programas formativos
específicos emanados de instituciones oficiales, tales como ministerios y
universidades, usualmente responden más a las racionalidades institucionales
que a los requerimientos de las organizaciones comunitarias. (Valdez, 2010).
En el
presente trabajo referiremos en qué consiste la propuesta andragógica y qué
aporta a la educación formal y comunitaria de hoy. Siendo un enfoque orientado
a la educación entre adultos, definiremos cómo concibe la Andragogía a la
persona adulta y cómo caracteriza sus procesos de aprendizaje. Entendiendo que
el mundo de la educación es tan complejo que hace necesario el diálogo entre y
corrientes y propuestas, asumimos la necesidad de abrir diálogo fructífero entre
enfoques con otras propuestas, con el propósito de enriquecerse mutuamente, sin
que ninguna de ellas pierda su espacio cognitivo propio. En este sentido,
escogemos la educación popular, tradicionalmente vinculada con la educación
fuera del sistema educativo formal.
Qué es eso de la Andragogía
La
palabra Andragogía que surge en Europa en 1833, empleada por Alexander Kapp, se
recrea como disciplina en los Estados Unidos a inicios de los 70 del siglo
pasado, en los planteamientos de Malcolm Knowless. Llega a América Latina en
esa misma década, a través de Félix Adam, quien le imprime interesantes
aportes. Mediante programas de postgrado, jornadas de investigación y diversas
publicaciones, durante los años ochenta del siglo XX, la Andragogía logra
expandirse por universidades y espacios comunitarios en buena parte del mundo.
La
Andragogía nos señala algunos planteamientos fundamentales:
1.
Por
haber diferencias fundamentales entre los modos de aprender de niños y adultos,
las estrategias han de ser diferenciadas. El adulto aprende valorando y
analizando experiencias propias y ajenas, construyendo sus proyectos de vida y
enfocando los problemas que surgen del desempeño de sus roles sociales.
2) Por ser el adulto un ser autodirigido y responsable de
su propio proceso de aprendizaje, la educación debe ser necesariamente
personalizada. Debe partir de los intereses
personales y las búsquedas vitales. Y, aunque parezca contradictorio, esto sólo
se logra cuando esas personas logran conformar comunidades de aprendizaje.
3) En la
educación entre adultos, se trata de abrir todos los espacios posibles de
aprendizaje. No es el sistema institucional el protagonista, sino cada una de
las personas que decide aprender.
Independientemente de los roles formales, todos los involucrados en
procesos formativos son aprendices permanentes. Este es un punto altamente
revolucionario.
Aportes de la Andragogía
Según
Knowless y Adam, la Andragogía es a la vez arte y ciencia (Adam, 1977). Es estrategia
formativa y campo del saber. Desde nuestra óptica, Knowless (1972), enfatiza el
papel de la Andragogía como hecho tecnológico, mientras Adam, sin dejar de lado
el hacer, aportó elementos relevantes para considerarla como ciencia.
Por
otra parte, la Andragogía ha contribuido a refundar una visión humanista de la
educación. Los seres humanos, en ella, somos multidimensionales, integrales,
que requerimos de ambientes y oportunidades para crecer en todos los sentidos
posibles. En cuanto a propuestas metodológicas, son innegables los aportes de
la Andragogía a la educación entre adultos. Ha incidido en la adopción de
prácticas más participativas, como por ejemplo la dinámica de grupos, el empleo
del contrato de aprendizaje, y ha
fortalecido el uso del método de proyectos.
También
podemos decir que la Andragogía lleva en sí una postura transformadora. Supone
que, por ser los adultos seres con tendencia a la autonomía, responsables de sí
y de la convivencia con otros, con proyectos de vida en marcha, requieren para
su formación ambientes flexibles, participativos, integrales. La apertura de
estos espacios implica un ablandamiento de las estructuras educativas
dominantes, caracterizadas por su
rigidez tanto en los ámbitos formales como en los comunitarios. La Andragogía,
pues, puede ser una brisa fresca en el endurecido sistema educativo
existente.
La Andragogía
como estrategia y disciplina
Desde
nuestra perspectiva, la Andragogía constituye a la vez:
- Un enfoque, en el sentido de proporcionar cierta óptica para
mirar, nombrar y teorizar en torno al hecho educativo, y
- Una estrategia en el sentido de presentar conceptos, principios y
lineamientos para orientar la vivencia de los adultos en procesos de
aprendizaje.
Una
disciplina, desde nuestra mirada, es una matriz viviente, palpitante,
conformada desde el encuentro de diversos autores-actores, con distintos
enfoques y aproximaciones convergentes y también divergentes. Es el reto que
señala Pereira (s/f): La Andragogía ha de integrar realidades disímiles entre
diversos grupos y actores, en un universo de información que fluya entre la
identidad y la diferencia, entre la unidad y la pluralidad. Ello la pone frente
a la creatividad y la transgresión de lo cotidiano, y a la búsqueda de
armonización de los rasgos interdisciplinarios de los participantes.
Lo
anterior implica que la Andragogía está en proceso permanente de generación y
crecimiento, pero también de revisión y de corrección. Su foco de estudio es la
formación entre personas adultas, y todo lo que en ello está implicado. Sobre este ámbito nos ofrece un cuerpo sistemático de principios,
conceptos y lineamientos estratégicos.
La
reflexión compartida, al interior de la disciplina andragógica, favorece
también el diálogo interdisciplinario, la relación íntima con otros campos del
saber: la psicología, la historia, la antropología y la ergología, y también la
biología, la sociología y la economía, entre otras (Adam, 1977).
Este desarrollo humano, desde la mirada de
Félix Adam (1977), está mediado por la educación del adulto en sus dimensiones
biológica, histórico-antropológica, social, psicológica y ergológica. La
Andragogía es un camino muy importante para abrir espacios educativos que
favorezcan el crecimiento de los seres humanos para vivir más plenamente,
abriéndose al disfrute a la vez que al trabajo creativo en beneficio de sus
semejantes.
Mas, si la Andragogía se enfoca en la
educación del adulto, conviene delimitar bien qué se entiende como tal.
¿Quién es
adulto?
Knowless
(1972) vincula al adulto con el ejercicio permanente de autoconcepción, en oposición
a su realidad vital, lo cual le plantea retos que van direccionando su
conducta. Es decir, el ser humano no es
algo definido, acabado, sino alguien que se concibe y se define a sí mismo en
acciones que se confrontan con la realidad.
Por
otra parte, Félix Adam (1977) también
concibe al adulto como un ser en proceso de aprendizaje permanente, para
potenciar su desarrollo pleno en diversas direcciones:
- En los procesos fisiológicos y
morfológicos.
- En la comprensión y asunción de
un rol histórico-cultural.
- En la definición de su rol en lo
económico, cívico y político.
- En lo cognitivo, emocional y
- En el plano de la acción, y el
desarrollo de capacidades para accionar creativamente en el mundo del
trabajo.
En
este movimiento, el adulto definirá y decidirá conscientemente los pasos a
seguir, asumiendo el despliegue de su experiencia, siendo principalmente él
mismo su propio regulador (Adam, 1984b). El adulto construye saberes para
orientarse en situaciones de incertidumbre. Es persona en proceso de
humanización creciente que conlleva un despliegue de creatividad (Ludojoski,
2008). En otras palabras, hablamos de un proceso de autoeducación, mediante el
cual elegimos libre y responsablemente qué aprender y cómo hacerlo.
De la
mano con quienes enfocan la biografía humana como un medio de estudiar procesos
sociales complejos (Ferrarotti, 1983 y Bertaux,
1983), miramos al adulto como un ser con historia. Como ser humano, el
adulto sintetiza y retraduce el movimiento de la totalidad social. Podría
afirmarse temerariamente que la sociedad se expresa por las acciones de las
personas, sin restar a estas su autonomía y sus ámbitos de libertad. La historia no trata sólo sobre el pasado y
el presente, sino también sobre el futuro, por lo menos como reto, como
posibilidad abierta (Zemelman, 2002). Los procesos formativos entre adultos
pueden articularse con esas proyecciones al futuro, o pueden modificarlas.
Tratar con el adulto es moverse entre historias comunitarias, locales,
nacionales, regionales y mundiales, e historias personales de vida
entrelazadas, conformando tramas desde lo cotidiano.
Desde
estos enfoques de investigación, asumimos que los adultos, en tanto humanos,
son seres en relación que construyen colectivamente sus espacios sociales.
Configuran la realidad desde sus actos de habla cotidianos (Taylor y Bogdan, 1990), articulándose bajo un
sistema compartido de significados (Rusque, 1999). Ello les obliga a favorecer
y maximizar las posibilidades de diálogo, acuerdos y negociaciones. En
este sentido, los adultos son sujetos y autores
(Dos Santos Filho, 1995). La Andragogía, por lo tanto, enfoca la
constitución de relaciones de
intercambio, reciprocidad y horizontalidad entre los seres humanos. No
obstante, la formación que se da en la relación, en la conjunción de un sujeto
colectivo, no menoscaba sino que enaltece el desarrollo personal.
Desde las corrientes humanistas y existencialistas,
podemos ver que el adulto
tiende a la autonomía y al desarrollo de la conciencia del nosotros, desde su
modo de vida específico. Los sistemas educativos deben favorecer estas
tendencias. Hablamos de experiencia, y ello equivale a proyecto (Adam, 1977),
como vía para comprender y superar una realidad mediante un conjunto
sistemático de acciones compartidas. Esto implica que tanto los fines que se
persiguen como las reglas de juego han de ser generadas y eventualmente
modificadas colectivamente. Expresado de otro modo, más que determinar que las personas desarrollen ciertas y determinadas
competencias, se trata de propiciar ambientes para abordar visiones integrales
de situaciones específicas, alimentar
los modos efectivos de razonamiento, y permitir la libre escogencia de las
opciones que los adultos determinen, personal y colectivamente.
Desde otro enfoque, el adulto es una persona
socialmente productiva (se integra o busca integrarse al mundo del trabajo) y
activamente recreativa. Sus procesos formativos han de tener en cuenta este
sentido ergológico, mucho más allá de meros procesos de capacitación y
adiestramiento, en búsqueda de la autorrealización y un sentido de existencia
pleno, desde su medio laboral. Por otra parte, en el marco de la educación
permanente, se propicia el disfrute como derecho y como modo de favorecer el
desarrollo integral de las personas (Adam, 1977).
Un intento de síntesis
En síntesis, los adultos, desde la Andragogía, son seres:
1.
Activos
en el sentido pleno de la palabra, pero se trata de una actividad generada
desde las relaciones mutuas. Los adultos actúan con autonomía en sus procesos
de interpretar el mundo, en el reconocimiento, modulación y hasta control de
sus emociones, y en la elección responsable de sus modos y ámbitos de acción.
2.
Con tendencia a la
integración de grupos y alianzas sociales con la familia, comunidades, grupos
de amigos, y aún con la sociedad total (humanidad), como ente suprahumano. Ello implica el favorecimiento de la integración
(no la reducción) de distintos niveles de conciencia: personal, grupal,
comunitario, nacional, regional y mundial.
3.
En
procesos evolutivos que despliegan todas sus dimensiones humanas: física, biológica,
sociológica, cultural, social, ambiental, antropológica, histórica y económica.
4.
Que
transforman permanentemente las realidades de las cuales son parte indisoluble.
En este sentido, la sociedad es una trama
multidimensional, contingente, resultante y condicionante de la diaria
relación entre personas. Estas relaciones pueden ser de armonía y consenso,
pero también de tensiones, desacuerdos y conflictos. De aquí la concepción de
una necesaria tensión persona-sociedad, en la que se interpenetran
permanentemente.
5.
Que
constituyen síntesis sociales, reapropiándose y retraduciendo lo social, y son
a la vez sujetos activos en su conservación o su transformación.
¿Cómo se mira el aprendizaje desde la
Andragogía?
La
Andragogía, sin constituir aún una teoría del aprendizaje, cuenta con un
conjunto sistemático de elementos relevantes. Estos pueden resumirse en dos
ejes profundamente imbricados entre sí: un proceso de pleno desarrollo personal
en un proceso mayor de creación de comunidades de aprendizaje.
Como proceso de desarrollo personal, el aprendizaje tiene su centro en la
experiencia. Esta se asume como acciones conscientes, proyectadas
intencionalmente desde los intereses particulares hacia metas de crecimiento
personal y desempeño social (Adam, 1977).
Las experiencias se van concatenando y, mediante un análisis crítico
permanente, se cargan de sentido,
resignificando el curso de los procesos vitales (Adam y Álvarez, 1987). Así, cada quien es
responsable de sus acciones, y de los efectos de éstas en los demás. Hablamos
de autodirección y autorregulación
(Pereira González, 2005). Por lo tanto, el aprendizaje andragógico
aporta conceptos, principios y ambientes adecuados para propiciar el
autoconocimiento, la autodirección y el autocontrol (Knowles en Alcalá, 1998),
planeando y desarrollando actividades que estén de acuerdo con sus formas de
sentir y de pensar (Knowless, 1972).
La
Andragogía, por tanto, no suprime ni minimiza la elaboración teórica, ni las
reflexiones filosóficas, sino que las internaliza en la corriente de la vida
cotidiana y de la construcción de proyectos vitales. El conocimiento no sólo
guarda consistencia interna, o pertinencia científica, sino que es evaluado
según sus aportes en la construcción de sentido desde lo cotidiano. Luego, la
teoría, desde los procesos andragógicos, necesariamente tenderá a integrar
diversas disciplinas (carácter inter y transdisciplinario).
Así,
la educación es el camino privilegiado para viabilizar el crecimiento pleno del
ser humano, que ha de vivir siendo fiel a sí mismo, en tanto realiza proyectos
que incluyen a otros. El adulto, en el enfoque andragógico, es sujeto de su
propia vida, y ello incluye los contenidos y los modos de aprendizaje (Adam,
1977). Esto quiebra la tradicional relación docente/discente, y convierte la
experiencia educativa en una permanente relación entre pares. Quien por razones
institucionales tenga a su cargo un rol de educador, deberá desempeñarse como
un mediador, como un creador de ambientes que favorezcan el crecimiento de las
personas en lo cognoscitivo, psicológico, emocional y axiológico (Gutiérrez y Román,
2005). En este sentido, se produce un cambio de polo magnético en el mundo
educativo: no son los educandos los que han de adaptarse a las instituciones
educativas, sino éstas las han de girar en torno a los intereses y necesidades
de las personas.
No
obstante, la autonomía y la autorregulación, lejos de conducir a una propuesta
de corte individualista, favorece el aprendizaje compartido, la construcción de
comunidades de aprendizaje, cuyo tamaño debe favorecer la tendencia a buscar
consensos.
Podríamos
intentar caracterizar el aprendizaje andragógico así:
1. Las acciones interpersonales de formación no sólo
propician en las personas movilizaciones y reorganizaciones internas (esquemas
de pensamiento, patrones afectivos, procesos valorativos), sino también tienen
incidencia directa en el entorno, e
inevitablemente tienden a transformarlo. De aquí que los procesos de formación,
aún en una forma que pueda parecer muy privada, no pueden ser individuales y
excluyentes, sino que pasan a ser un asunto social, compartido con otros.
2.
Los
procesos de aprendizaje, en la Andragogía, son parte de los procesos de vida de
las personas. Ello implica que han de partir de las necesidades e intereses
vitales de los adultos, y han de tomar en cuenta los espacios, lugares,
momentos y estilos, así como las diferencias personales y culturales, en el
camino de crear medios y condiciones para vivir esa vida con mayor plenitud. Lo
anterior lleva a dar la mayor relevancia posible a la experiencia humana. La
experiencia, como acción presente y pertinente, implica un reinterpretar, un
reapropiarse de lo vivido. En síntesis,
las pautas y las estrategias de formación han de corresponderse con la apertura
permanente a la vida, en toda su complejidad e incertidumbre.
3.
La
Andragogía tiene como uno de sus conceptos cardinales el autoaprendizaje. El
ser humano adulto, en relación con los otros,
es capaz de plantearse tanto sus objetivos de aprendizaje como los
medios más convenientes para desarrollarlos. El autoaprendizaje implica el
principio de autorregulación del ser humano, en el sentido de que éste es capaz
de asumir sus responsabilidades hacia los demás, y para sí mismo, según sus
propios valores y convicciones, por encima de las directrices y los
condicionantes de estructuras externas.
4.
Los
principios de libertad, respeto, autonomía y solidaridad, no son sólo fines de
la formación andragógica, sino presencias vivas durante todo el proceso. Ellos
estarán en el proceso de construcción colectiva de un ambiente de libertad,
responsabilidad, democracia, afectividad positiva y transparencia, donde los
grupos de adultos conciban sus propósitos y sus modos de desarrollar procesos
compartidos y personales de aprendizaje. El ejercicio constante de la
argumentación, la resolución de
problemas, la toma de decisiones, los proyectos personales y compartidos, son
modos específicos del proceso andragógico.
5.
La
experiencia andragógica requiere de la creación colectiva de un ambiente con dos
cualidades fundamentales: una que permita la construcción compartida de normas
claras y explícitas, donde cada cual se sienta bien y tenga claridad de las
reglas de juego en que transcurrirá la experiencia de aprendizaje; otra
cualidad es que se permita la libre expresión de afectos e ideas, en una
reflexión permanente en torno a las historias personales y colectivas, con el
fin de favorecer la autonomía y la autoconciencia, de cara a la búsqueda
del crecimiento humano en todos los
sentidos posibles.
6.
La
Andragogía favorece el conocimiento profundo de sí mismo, de las propias
fortalezas, debilidades y potencialidades (autoconcepto) Desde esa exploración se va construyendo el
proyecto de vida. Sólo es efectivo un proceso de construcción de aprendizajes,
en la medida que las personas se conocen bien a sí mismas e intentan conocer a
las demás.
7.
La
Andragogía se centra en el aprendizaje, no en la enseñanza. Más que un proceso
de “recorrer” una serie de pautas y unidades curriculares, la Andragogía tiende a flexibilizar los modos
de llevar a cabo un proceso de formación, de generar situaciones que favorezcan
al máximo el aprendizaje entre las personas. El sentido que tenga el
aprendizaje para las personas es más importante que la acumulación de unidades
crédito. Ello implica que la formación ha de ser un proceso permanentemente
creativo, significativo y vital, y las instituciones educativas tienen que
transformarse para que eso sea posible.
Andragogía y educación popular
Para iniciar el diálogo entre Andragogía y
educación popular conviene partir de una visión sustantiva de la sociedad en
que vivimos. La visión predominante de la Andragogía, desde los años 70 del
siglo pasado, seguía la de la llamada educación permanente señalada por la
Unesco (Lengrand,
1973; Goguelin, 1973; Hesburg, Miller y Wharton, 1975, y Fauré, 1978).
En
esta visión, la sociedad se acelera y complejiza de modo creciente. Y la
educación ha de ser el canal apropiado de preparación de las personas para
absorber ese conocimiento. La sociedad es una especie de macroorganismo que
vive para sí y se nutre a sí mismo, con aparente independencia del quehacer
cotidiano de los seres humanos. Sólo se concibe un proceso único por el cual
han de transitar todas las sociedades, sin importar su ubicación, su historia y
sus peculiaridades culturales. Y la educación no tiene otro camino que seguir
la pauta exigida por ese gigantesco ente, como un engranaje más del sistema.
Según
esta visión, los países más desarrollos científica y tecnológicamente marcarán siempre la pauta. Los países de
América Latina, por ejemplo, tienen que mimetizarse para hacerse semejantes a
esas sociedades con mayor desarrollo. Así, la educación latinoamericana queda
anclada a conocimientos generados desde ciertos centros de poder de los países
más poderosos. Estos conocimientos que vienen en paquetes
científico-tecnológicos ya diseñados desde esos espacios de poder, no son
absorbidos linealmente por nuestras sociedades llamadas subdesarrolladas o
periféricas, sino que ameritan que reconfiguremos estas para que tales
conocimientos puedan ser aprehendidos. En otras palabras, a nuestras sociedades
de menor desarrollo tecnocientífico, sólo les corresponde transformarse en la
medida que respondan a los patrones productivos y organizacionales de las
sociedades con mayor nivel de desarrollo científico-tecnológico.
De
esta forma, nuestra educación corre el riesgo de hacerse cada vez más enajenada
y dependiente. Y, aún hoy, se escuchan a través de los grandes medios de
difusión los mensajes que señalan la necesidad de supeditar la actividad
educativa principalmente a los procesos de globalización (como la conciben las
naciones de mayor poder de industrialización).
Sin
embargo, hoy día podemos vislumbrar corrientes de pensamiento crítico sobre la
configuración de las sociedades contemporáneas. El proceso de globalización es
una imposición de un modelo social, económico y cultural, impregnado de los
patrones fundantes de la civilización occidental y el capitalismo galopante,
por parte de las altas esferas del poder de Estados Unidos y Europa (Fals
Borda, 2007). Penetra en nuestras
sociedades “periféricas” bajo complicidad de gobernantes y agentes económicos
locales, que asumen estas pautas de colonización a cambio de provechos
particulares. Hay un juego de
apariencias y trampas donde se predica la libre competencia entre todos, el
mercado como regulador de la vida social, pero se oculta que sólo los países
con mayor desarrollo pueden llevarla a cabo con mayores posibilidades de éxito.
Se trata, en fin, de un pensamiento único y de una política única (Borón,
2006).
La
visión crítica latinoamericana percibe que, bajo la aparente imposición mundial
de la globalización, su modelo fundante ha empezado a hacer aguas (Rauber,
2006). El crecimiento vibrante de los circuitos de pobreza, de inequidad, de
lacerante exclusión, genera por doquier procesos de insatisfacción creciente y
de decepción en los capitalismos llamados democráticos en América Latina
(Borón, 2006). Por otro lado, esta situación apunta a la generación y
articulación de luchas y procesos libertarios, como por ejemplo los Foros
sociales.
Desde estos escenarios en despliegue creciente, conviene repensar la
educación. Esta puede rediseñarse a
partir de una agenda de justicia social que revierta la situación de
explotación de los trabajadores. La educación popular, por ejemplo, intenta la construcción de una sociedad
profundamente democrática, en la que todos los hombres y las mujeres participen
directamente en la orientación de los cambios sociales y en la toma de
decisiones. Esa búsqueda ha de conducir al logro compartido del máximo grado posible de desarrollo humano y
puedan contribuir, en condiciones de igualdad, a la construcción de un mundo
mejor, más solidario, más cooperativo, en una mejor y mayor armonía con la Naturaleza (Coppens y Van de Velde, 2005).
Paulo Freire, según Mejía, insiste en mantener la capacidad de lucha
contra toda forma de dominación, construyendo, desde la educación, acciones
colectivas que apunten a la crítica de la ideología dominante. Se trata de
apostar a la educación para la construcción de la sociedad en clave de
liberación, construyendo nuevos escenarios signados por nuevas formas
compartidas de poder. Marco Raúl Mejía se hace eco de las palabras de Freire,
quien señala que la educación es una creación histórica que lleva en sí decisión,
voluntad política, movilización, organización de cada grupo cultural con miras
a fines comunes, que exige, por lo tanto, cierta práctica educativa coherente
con esos objetivos. Que requiere de una nueva ética fundada en el respeto a los
diferentes (Mejía, 1999).
En este
sentido, la educación popular es una propuesta alterna a la explotación económica, la discriminación
social, la dependencia cultural y la dominación política. Ha de ayudar a las
personas en la identificación y análisis de las causas y consecuencias
estructurales e históricas de los fenómenos sociales a partir de sus manifestaciones
concretas. En otras palabras, mientras persistan desigualdades, la educación
popular seguirá siendo necesaria, pues ella no termina con la liberación de los
sectores oprimidos sino que debe alcanzar también la liberación de los sectores
opresores, apuntando más generalmente a la superación de toda estructura
injusta de sumisión-dominación, en sus manifestaciones sociales, económicas,
culturales y políticas. (Coppens y Van de Velde, 2005).
Lo anterior pasa por un trabajo intenso de transmutación de la
consciencia personal y social, desde la percepción espontánea hasta la
consciencia crítica. Ello habla de un
compromiso histórico, desde el cual los seres humanos asumiremos el papel de
sujetos en el proceso permanente de hacer y rehacer el mundo (Freire, 1979).
La educación popular es fuente de profundo debates, de estudio crítico,
que la replantean permanente y prefiguran interesantes perspectivas. Por
ejemplo, Alfonso Torres (2007) señala las siguientes:
1. La educación popular ha de continuar y afinar la lectura crítica de la
realidad, incorporando aportes de otros enfoques, disciplinas y quehaceres.
2. Debe fortalecer no sólo su capacidad crítica, sino también la
posibilidad de generar utopías cargadas de esperanza.
3. Ha de retomar su papel en la generación de propuestas y esquemas
teóricos en torno al hecho pedagógico mismo.
4. La educación popular tiene como reto vincularse a los movimientos
sociales y otros actores sociales, en la construcción de espacios cada vez más
democráticos.
5. Debe continuar haciéndose sentir en el mundo de la educación formal, con
potencialidad transformadora.
6. Ha de reactivar los espacios y procesos de formación de educadores
populares comprometidos, militantes.
7. Requiere contribuir en la lucha contra toda forma de discriminación,
debido al género, a la proveniencia étnica, y cualesquiera otras.
8. Debe incidir en las propuestas democráticas que fortalezcan un
movimiento ciudadano, que incida en las políticas públicas y en la construcción
del poder local.
9. Incidir en las iniciativas de alfabetización y de educación de adultos
en general.
La Andragogía y la educación popular
Desde los planteamientos anteriores, intentaremos
algunas incorporaciones a la Andragogía. Una vez descrito el proyecto de la
educación popular en el continente (y aún más allá), nos abriremos a los
aportes de la disciplina andragógica.
Conviene señalar con énfasis que no se trata
de fusionar ambas disciplinas en una sola cosa. Cada una de ellas tiene su
propio espacio; lo que nos proponemos en las siguientes líneas es integrar
dimensiones específicas de las dos.
La educación alternativa, popular, si bien se
orienta a la liberación progresiva de los seres humanos y a la lucha contra la
dominación, tiene que centrarse siempre en el desarrollo pleno de las personas
en lo biológico, social, cultural, ambiental, antropológico, histórico y
económico. No son orientaciones
opuestas, sino absolutamente complementarias.
En la medida que favorecemos nuestro pleno
desarrollo tenemos necesariamente que incidir creativamente en las condiciones
socioambientales que pudieran oprimirnos, y viceversa. Esto abarca no sólo el
entorno inmediato, sino la sociedad como un conjunto mayor.
Y, como síntesis sociales que somos, la lucha
cotidiana por el desarrollo pleno/ liberación abrirá infinitas lecturas para
que otros se reapropien y retraduzcan sus propias realidades.
Lo anterior implica también repensar la
relación persona-sociedad. Es decir, no se trata de fijar la mirada sólo en uno
de esos factores, sino en ambos a la vez, desde un enfoque más integral. La
Andragogía, con la educación popular, abre la posibilidad de que practiquemos
un conocimiento cada vez más profundo y completo de nosotros mismos, incluyendo
nuestras debilidades y fortalezas.
Mas, ese “nosotros mismos” no es una
habitación cerrada, una dimensión aparte, sino una síntesis, una integración
específica de la sociedad total. Así, al entrar a lo más profundo del sí mismo,
seguiremos encontrando también lo que nos rodea, y mirándonos los unos en los
otros. Por ende, cada uno de nosotros,
supuestos individuos, y la sociedad como un todo, constituimos una trama
multidimensional más amplia y activa.
En consecuencia con lo anterior, desde la
integración Andragogía/ educación popular, las acciones formativas contemplan
una síntesis dinámica entre los procesos personales y los procesos colectivos.
El orientar nuestros proyectos de vida hacia procesos sociales de liberación y
transformación social, hacia la creación de espacios compartidos de dignidad,
justicia y equidad, va de la mano con procesos de auto-observación, de estudio
de nuestras reorganizaciones internas, de reconocimiento, modulación y hasta
control (que no represión) de nuestras emociones y la revisión permanente de
nuestros esquemas de valoración.
Así,
el proceso de generación de aprendizajes, desde la Andragogía/ educación
popular, es un ejercicio de libertad y
autonomía, en el sentido pleno de las palabras.
Más, esa libertad autonómica no conduce al afianzamiento de intereses y
beneficios egocéntricos, particularizados, sino que se orienta a favorecer el
crecimiento multidimensional de todas las personas posibles.
Por
tanto, hemos de vivir nuestras
responsabilidades hacia los demás y hacia nosotros mismos, según nuestros
propios valores y convicciones, por encima de las directrices y los
condicionantes de estructuras externas.
Nos referimos a la posibilidad de orientar nuestras acciones de aprendizaje,
en una trama reticular en la que nos conectamos con todos los seres humanos
posibles, a crear espacios de crecimiento, desarrollo, libertad, justicia y
equidad.
Hablamos
de desarrollar proyectos de formación compartida asumiendo un espiral creciente
que nos involucra a nosotros mismos, a nuestras familias, grupos de amigos,
vecinos, ciudades, la nación entera y aún la humanidad. Ello implica el
favorecimiento de la integración (no la reducción) de distintos niveles de
conciencia: personal, grupal, comunitario, nacional, regional y mundial.
Por tanto, en la Andragogía/ educación
popular, los principios de libertad, respeto, solidaridad, equidad, justicia,
no son fines a lograr, sino espacios a construir a lo largo de los procesos de
aprendizaje. Para hacer esto posible, se requiere que los seres humanos
comprometidos en las experiencias formativas, puedan generar un espacio
compartido que integre a un tiempo la libertad, el respeto mutuo, el disfrute y
la expresión plena.
Ahora bien, no se trata de un ambiente
neutral, aséptico, para pasarla bien, sino un contexto para plantearse retos,
para problematizar el mundo y problematizarnos nosotros. La argumentación, el
cuestionamiento, el afinar la mirada para percibir cualquier situación de
justicia y de opresión, la crítica profunda, son componente para la generación
de proyectos personales/ colectivos destinados a transformar /
transformándonos.
La problematización y la crítica perenne,
particularmente las que nos hacemos a nosotros mismos, constituyen modos de
abrirnos a todas las lecturas posibles del mundo. No es sólo conocerlo
empleando los esquemas y procedimientos heredados de culturas dominantes, sino
aprehenderlo desde una síntesis de
mediaciones culturales en creación permanente.
Así, además del aporte de ideas, conceptos,
constructos y esquemas teóricos, hablamos de asumir otros modos de recrear el
mundo, como la práctica artística, las metáforas, los saberes ancestrales. Ello
implica la máxima apertura posible de nuestros sentidos, de nuestras
constelaciones afectivas y de nuestros esquemas de pensamiento, para acceder a
una comprensión cada vez más profunda y total del mundo.
En síntesis, la Andragogía/ educación popular
son concepciones prácticas de educación, que se hacen y se piensan desde la
vida y para la vida. Han de ocurrir en nuestros espacios vitales, abarcando
todos nuestros momentos. Han de fluir con nuestros intereses y desenvolvimientos
vitales, atendiendo estilos y particularidades personales/ culturales.
Se trata, en fin, de abrirnos cauces a
experiencias de libertad plena, convividas con otros, creando sentidos y
propósitos compartidos, liberando posibilidades de expresión y afectos. De este
modo, surgen los ambientes apropiados para que los seres humanos generemos
nuestras historias de vida, imbricadas profundamente con las de otros, de cara
a la búsqueda del crecimiento humano
en contextos de libertad, justicia y equidad.
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